Luz

La luz del semáforo cambió repentinamente de rojo a verde. Mis ojos no podían moverse del pavimento, por lo que sólo vi en la periferia el destello de color. Un carro pitó detrás de mí: un bip largo, tedioso, que me sacó del vacío en el que había caído con tantas tonterías en la cabeza.

Manejé por un tiempo largo, demasiado tiempo perdido. Mientras avanzaba, solo veía las líneas intermitentes del pavimento. Ahora sí, ahora no. El freno responde, y mi subconciente sabe cómo llegar de un punto a otro, pero una parte de mi cerebro se pierde un poco pensando que esto de manejar un auto en automático, así, sin poner atención ni nada, no debe ser muy seguro. Mi papá siempre decía: “mucha gente sabe manejar y somos pocos los que realmente podemos conducir”. Si me hubiera visto en este trayecto, se burlaría de mí. O quizá solo me regañaría un poco, y luego hablaríamos de mis preocupaciones. Siempre tan papá cuervo.

Mis manos mueven el volante y la palanca. Mis ojos observan el camino, sin ver más a mi alrededor. Mis pies aceleran, frenan y meten clutch, pero no estoy realmente manejando. No ahora. Es un alivio que sea tan tarde y la mayoría de la gente esté guardada en sus casitas, cómodos y tranquilos, esperando descansar un poco para mañana temprano regresar a sus tediosas y horribles vidas.

¡Qué miserable pensamiento! Que mi vida haya caído en una rutina sin fin no significa que el resto de la población mundial no tenga una esperanza. Jajaja. Sí, por supuesto. Podría escribir un libro completo acerca de la tonta gente que cree que lo tiene todo. Yo era una de ellos. Antes, quiero decir. Cuando caí en el conformismo y estaba feliz de no moverme. La diferencia abismal es que ahora simplemente soy infeliz, porque sigo con la misma actividad de siempre.

20 de febrero 2013